Los amigos
En el tabaco, en el café, en el vino,
Al borde de la noche se levantan
Como esas voces que a lo lejos cantan
Sin que se sepa qué, por el camino.
Livianamente hermanos del destino,
Dióscuros, sombras pálidas, me espantan
Las moscas de los hábitos, me aguantan
Que siga a flote en tanto remolino.
Los muertos hablan más, pero al oído,
Y los vivos son mano tibia y techo,
Suma de lo ganado y lo perdido.
Así un día, en la barca de la sombra,
De tanta ausencia abrigará mi pecho
Esta antigua ternura que los nombra.
El encubridor
Ese que sale de su país porque tiene miedo,
No sabe de qué, miedo del queso con ratón,
De la cuerda entre los locos, de la espuma en la sopa.
Entonces quiere cambiarse como una figurita,
El pelo que antes se alambraba con gomina y espejo
Lo suelta en jopo, se abre la camisa, muda
De costumbres, de vinos y de idioma.
Se da cuenta, infeliz, que va tirando mejor, y duerme
A pata ancha. Hasta de estilo cambia, y tiene amigos
Que no saben su historia provinciana, ridícula y casera.
A ratos se pregunta cómo pudo esperar todo ese tiempo
Para salirse del río sin orillas, de los cuellos garrote,
De los domingos, lunes, martes, miércoles y jueves.
A fojas uno, sí, pero cuidado:
Un mismo espejo es todos los espejos,
Y el pasaporte dice que naciste y que eres
Y cutis color blanco, nariz de dorso recto,
Buenos Aires, septiembre.
Aparte que no olvida, porque es arte de pocos,
Lo que quiso, esa sopa de estrellas y de letras
Que infatigable comerá
En numerosas mesas de variados hoteles,
La misma sopa, pobre tipo,
Hasta que el pescadito intercostal se plante y diga basta.
Dos poemas de Julio Cortázar, de la edición definitiva de Alfaguara, Salvo el crepúsculo.