UN FUNERAL POR EL MUNDO

 

P. Quiero decir que pueden verse rasgos autobiográficos…

R. Los hay, aunque transformados hasta hacerlos irreconocibles. Pero sí, los hay. Participé, por ejemplo, hace dos años, en una instalación de mi amiga Dominique González Foerster en la Tate Modern de Londres. En esa instalación, que era una puesta en escena de un diluvio universal y del fin del mundo, había libros para refugiados de la lluvia delirante, y todos esos autores que has citado se hallaban representados en la Sala de Turbinas de la Tate. Era una lectura para huidos del Diluvio Universal. Me interesó esta instalación como representación del fin del mundo… Me parece que toda mi novela es una parodia de la gran crisis final. Me parece que es característico de la imaginación humana encontrarse siempre al final de una época. Desde que tengo uso de razón oigo decir que nos hallamos en un periodo de máxima crisis, en una transición catastrófica hacia una nueva cultura. Pero lo apocalíptico ha estado siempre, en todas las épocas. Lo encontramos, sin ir más lejos, en la Biblia, en la Eneida. Está en todas las civilizaciones. En mi novela, Riba entiende que en nuestro tiempo lo apocalíptico sólo puede ser ya tratado de forma paródica, sin excesiva seriedad. Riba celebra en Dublín un funeral por el fin de la imprenta, pero no lo celebra con mucha desolación. De hecho, para Riba este funeral, que despide una época, le sirve a él para tener algo que hacer en el futuro, y de paso tener algo que contar a su madre a la vuelta a Barcelona.

P. El libro sugiere también una reflexión sobre la cultura. Es como el funeral de la cultura personificado en el que se hace a sí mismo el editor, quien forma parte, escribe usted, de "la cada vez más rara estirpe de los editores cultos literarios".

R. Es un hecho que el editor literario está en vías de desaparición. Se celebra también el funeral por este tipo de editor y por la era de la imprenta, cuya cumbre es Joyce y su sucesor es Beckett. Ulises sería la epifanía de la era de la imprenta y Beckett la afonía…

P. ¿Y qué representaría su generación en ese decurso, si Beckett es la afonía?

R. La misma novela propone el renacimiento, la reaparición del autor. Claro que, dicho a palo seco, la gente se preguntará: ¿y de qué está hablando éste? ¿Y qué es eso de la reaparición del autor? Pero es que mi generación fue testigo de la muerte del autor. Nietzsche mató a Dios. Y luego vino Barthes en los años sesenta y, justo cuando los jóvenes nos empezábamos a animar a escribir, nos anunció que había muerto el autor. De algún modo, Dublinesca tiene un punto francamente optimista, porque lo que propone en el fondo es la reaparición del autor.

P. Que el narrador acoge con mucho alborozo, describiendo el júbilo del editor: "Nada le habría podido parecer más glorioso que poder anunciar al mundo que en literatura no era cierto que habían muerto todos los grandes".

R. Así también elimino esa idea que tienen algunos y que surge de Doctor Pasavento de que mi tema es la desaparición. En Dublinesca hay precisamente muchas apariciones.

P. Lo cierto es que ahora surge la polémica sobre si los autores son dueños de lo que escriben o la dueña es una red que elimina también al editor…

R. Mi opinión es que resulta enloquecido decir que va a desaparecer el editor. Va a haber otra forma de edición, pero no creo que tenga que desaparecer esta figura del editor, al contrario. Es necesaria e importante.

P. Hay un rasgo que usted comparte con Riba. Ese fanatismo desmesurado que ambos padecen por la literatura…

R. He conocido editores muy apasionados por la literatura. No es un caso raro el de Riba. En realidad, lo raro son tantos editores de ahora que no saben de qué hablamos cuando hablamos de literatura. Por otra parte, cuando nadie me ve la literatura me interesa menos de lo que parece.

P. ¿Qué ha pasado para que "la lectura no sea como la escritura", como dice Riba? ¿Qué ha pasado para que la cultura ya no se asocie a la escritura?

R. Oigo decir que la responsabilidad es también de los escritores, por dejación de sus obligaciones morales. Y creo que hay mucho de verdad en ello. Pero también es cierto que su responsabilidad no va más allá del 10% del desastre. El restante 90% hay que adjudicárselo al gran negocio de la industria del libro y su desarrollo tan ferozmente capitalista en los últimos años.

P. Habla de autores literarios, de autores de best sellers… ¿Qué sería hoy un autor literario?

R. Veamos. Una editora contestaba recientemente así a la pregunta de qué andaban preparando para los próximos meses. Apostaremos fuerte, decía. Y nombraba dos best sellers de la casa. Para luego añadir: "Y en una línea más literaria, contamos con…". Nombraba ahí a reconocidos escritores norteamericanos. Pensé que en el fondo era casi un milagro que tuvieran aún en cuenta a los autores ligados a la literatura. Quiero decir que cualquier día la cosa puede ir aún peor y dejarán de tener hasta el detalle de nombrar la producción específicamente "literaria" que acompaña ahora a los best sellers.

P. Esa enfermedad grave que padeció, ¿le ha hecho de otra manera, le ha hecho ver abismos o longitudes que no conocía?

R. Sí. Ha habido un antes y un después. En el después, cuando volví a la vida, recuerdo que empecé a comentar que sentía que había heredado la obra de Vila-Matas, lo que éste había escrito. Como si fuera yo mi propio padre que, después de grandes esfuerzos y de jugarse la vida, me hubiera dejado a mí mismo una buena herencia literaria que yo tendría que administrar. Desde entonces me hallo sumido en una investigación nueva dentro de la escritura y miro con distanciamiento al otro, al que fui. También ha habido como una reflexión de tipo vital. Me cambio ahora de casa, también de barrio, cambié de editorial… He cambiado de vida, en definitiva. También he cambiado bastante en todas las relaciones sociales, en mi forma de relacionarme con el mundo. Si no es así es que me engaño a mí mismo. Igual no he cambiado y sigo siendo el mismo. Pero lo dudo mucho. Además, toda mi obra, lo dijo en cierta ocasión Alan Pauls, se rige por la voluntad constante de vivir una vida diferente.

P. Desde esa distancia, ¿cómo ve a aquel Vila-Matas?

R. Aparece siempre, me acompaña. Es como una voz interior que está ahí y cuya experiencia en muchas ocasiones me sirve para mi trabajo, mis relaciones, para todo. Pero mi carácter es otro.

P. ¿Cómo es?

R. Más reflexivo, más consciente de algo de lo que huía antes: la realidad. Me he vuelto un escritor realista. A mi manera, claro. Hay muchos tipos de realismo.

P. Pero en esta novela se encuentran muchos sueños…

R. Es que realismo no es sólo Pérez Galdós o Balzac… Hay muchos realismos y el mío es un realismo interior, muy personal. Son sueños que se integran totalmente en la vida cotidiana, sueños que forman parte de mi realidad… Ahora soy más implacable con lo que hago, más autocrítico, y trabajo con más detenimiento. Hay quien opina que están el mismo ADN y la misma escritura porque grandes saltos en la escritura no ha habido. De todos modos, me asombro del impulso que hizo posible libros como Bartleby y compañía, El mal de Montano y Doctor Pasavento, que formaban parte, lo supe más tarde, de un discurso único, una trilogía. Y me asombro del cambio que se ha producido ahora, necesario por otra parte.

P. Imagine que va en un tren, ha leído este libro y siente la necesidad de explicárselo al pasajero que le acompaña. ¿De qué le diría que va?

R. Le diría que trata de alguien muy acabado que quiere celebrar un funeral por el mundo y descubre que eso, paradójicamente, es lo que le permite tener un futuro en la vida.

 

Juan Cruz entrevista a Enrique Vila-Matas / El País / Fragmento / 13.03.2010