ESPEJISMOS DE ORIENTE

 
Tomàs Alcoverro, el millor cronista de la realitat libanesa.
 

A las puertas de Nahr el Bared

21/05/2007 – 22:41 horas

Detrás de naranjales, árboles frutales, en un paisaje mediterráneo, Nahr el Bared es un campo de refugiados palestinos con la apariencia de pequeña localidad en la orilla del mar. Es un blanco caserío con edificios de varias plantas que se alzan entre las pobres viviendas de sus angostas callejas.

De vez en cuando se elevan las humaredas de las explosiones, se oyen los disparos de baterías de artillería, los cañonazos de de los carros de combate del ejército libanés que replican al tableteo de ametralladoras, a los obuses de mortero de los combatientes de Fatah al Islam, atrincherados cerca de la playa.

Los proyectiles se abaten indiscriminadamente sobre las casas de esta población cuyo número de habitantes se evalúa con imposibe precisión, como en todo este bendito país sin estadísticas, entre treinta y cuarenta mil almas. Este sitiado campo de refugiados, con casas destruidas en su periferia por los bombardeos, se ha quedado sin agua ni electricidad. Sus pobladores, procedentes de la diáspora palestina de las guerras de 1948 y 1967, se han convertido en rehenes de este grupúsculo de advenedizos, de doscientos o trescientos combatientes, muy bien armados.

La Unrwa y la Cruz Roja consiguieron hacer respetar un breve alto el fuego para evacuar una docena de heridos, algunos que yacían en las calles, pero un convoy de ambulancias y y vehículos con medicamentos y ayuda humanitaria aún espera poder penetrar en el asediado lugar. El ejército ha estrechado su cerco -he visto como una máquina excavadora amontonaba montones de tierra para hacer un talud- pero no ha recibido ninguna orden para el a salto. Su entrada provocaria una carnicería.

Sin una cobertura política de las principales organizaciones palestinas como Al Fatah y Hamas, incluso sin un acuerdo de los gobiernos árabes, su acción sería catastrófica. De hecho, los campos de refugiados gozan de una extraterritorialidad desde 1969 cuando fue impuesto al débil gobierno de Beirut el acuerdo de El Cairo, que establecía que las fuerzas armadas libanesas se mantendrían fuera de sus poblaciones. Aunque este documento fue abrogado y el Estado fue cobrando más amplia autoridad tras el final de la guerra de 1975 a 1990 -fui testigo entonces del despliegue del ejército regular alrededor del campo de Ain el Helue cabe a Saida- las circusntancias políticas han impedido la extensión de sus competencias de mantenimliento del orden y de la seguridaed en el ámbito de sus recintos.

Fue patético que el ejército libanés perdiese el domingo en los combates con los milicianos radicales suníes de Fatah al Islam, de Nahr el Bared y de Trípoli veintitrés dee sus soldados. No estaban ni preparados ni suficientemente armados para hacerles frente. De hecho, fueron sorperendidos por la eficacia y la potencia de los hombres de esta organización vinculada a al Qaeda y que, según ciertas alegaciones del gobierno de Beirut, estaría también relacionada con el régimen baassta de Siria, cuya frontera se halla a pocos kilómetros de Nahr El Bared.

Al identificar los automóviles que habían participado en el atraco de un banco en la localidad de Kura -estacionados ante tres inmuebles de buenos barrios de Tripoli, uno de ellos situado en una moderna avenida de palmeras y de arriates de flores- se percataron de que no se trataba de una simple banda de malechores, sino que se enfrentaban a células terroristas bien infiltradas en la ciudad en la que ocupaban varios pisos francos. Fue entonces cuando se enzarzaron en encarnizadas luchas callejeras.

Los de Al Fatah al Islam dieron muerte a muchos soldados en los puestos de vigilancia que mantenían alrededor del campo de refugiados y durante los asaltos a los céntricos edificios urabanos. En el barrio de Zariye, en una hermosa casa atacada en el asalto, que aun olía a a quemado, los militares de facción contaban que encontraron en su sótano un enorme arsenal de armas y de explosivos. En el complejo de edificios de Ruby Rose y Abdo de la elegante avenida Miten, con varios pisos destruidos y ahumados por el fuego de los soldados libaneses contra sus ocupantes, también fueron hallados importantes alijos de armas. En un rincón del patio hay varios montones de cartuchos vacíos. En los reestantes pisos habitados los vecinos han tendido su ropa.

Después del asalto de los militares muchos tripolitanos en nocturnos convoyes de automóviles vitorearon al ejército. Trípoli, con sus nuevos barrios modernos, con sus zocos medievales, su fortaleza cruzada, su paseo marítimo o corniche, cerca del que hay la pequeña calle Miniot, de flamentes cafeterías muy frecuentadas por jóvenes occiddentalizados, ha recuperado su normalidad, ha vencido su miedo. Hay discretas patrullas militares en algunas esquinas céntricas de esta ciudad, capital del norte del Líbano.

Pero la suerte de Nahr el Bared aún no esta echada. La organización palestina de AL Fatah, los chiíes libaneses del Hizbullah, han ofrecido su ayuda al ejército. Desde hace tiempo se sabía que un Líbano frágil, vulnerable, deshilachado, era fácil objetivo para los tentáculos de Al Qaeda.

 

 

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