NOSOTROS NO ROBAMOS

 

Bueno, pues si yo tuviera un martillo haría algunos estropicios a diestra y -sí, también- a siniestra. Lo de la intervención del Gobierno federal para nacionalizar las hipotecas basura -con probable impunidad de los que causaron el desastre- se me antoja una auténtica burla. Los "compasivos" neoliberales doctrinarios, que ahora se han lanzado a esta peculiar forma de socialismo for the rich only, saben que los que van a pagar la billonaria cuenta son (entre otros más lejanos) los contribuyentes norteamericanos. Especialmente los pobres: los mismos que ven esfumarse ante sus ojos -vía sangría de dinero público para impedir el naufragio- las posibilidades de reforma de lo que queda de Seguridad Social, incluyendo Medicare y demás seguros no privados. A ver si ahora, en el caso de que triunfe, al señor Obama -cuya campaña ha sido apoyada generosamente por big donors de las finanzas- le va a quedar bolsa suficiente para cumplir con los "tradicionalmente desfavorecidos". Y también me resultan ingenuos los comentarios "liberales" de quienes creen que lo de ahora va a servir, por fin, para una profunda reforma del sistema. Que yo sepa, lo mismo se viene gritando periódicamente desde la época de Dickens, con el amplificador al máximo volumen en 1929 y 1973, y aquí estamos (nosotros no robamos). La presunta alternativa se hundió podrida por dentro, de manera que la izquierda va un poco atrasada de respuestas, pero supongo que llegarán. Mientras tanto, como quería Manuel Sacristán, podemos releer a los clásicos, que no se equivocaron del todo cuando diagnosticaron los males del sistema. Claro que, según cuenta el historiador Tristram Hunt en una biografía de Federico Engels que publicará pronto Penguin (a ver qué editor la compra en Francfort), el camarada de Carlos Marx, hijo de un acomodado industrial alemán, era titular de una importante cartera de valores cuyos beneficios (rezongaba, por cierto, a cuenta de los impuestos que por ellos tenía que pagar) utilizaba para financiar los proyectos de su amigo. Y es que el dinero puede servir para un gigantesco roto financiero, pero también para el descosido de una revolución. Con o sin martillo.

 

Manuel Rodríguez Rivero / El País / Babelia / Fragmento / 27.09.08

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