PURGATORIO

 

Las obras de Dorfman están marcadas por sus poliédricos personajes femeninos. Sus actrices se sorprenden de su conocimiento de la mente femenina: "Como las mujeres suelen tener roles supeditados, cuando rompen con ellos son mágicas, porque toda rebelión es una revelación del mundo", dice de sus heroínas imperfectas en las que utiliza el sentimiento de culpa como elemento dramático. A pesar de que como dramaturgo se convierte en un voyerista mental, Dorfman confiesa no tener especiales conocimientos de psicoanálisis. "Uno está influido por Marx, por Freud, uno es hijo de su época; pero tengo una contradicción, a mí se me entregó una vida llena de dolores, de exilios, de muertes, pero gracias básicamente a mis padres también se me entregó una enorme alegría de vida, una generosidad grande de espíritu", comenta este hombre de casi permanente sonrisa que al desaparecer de su rostro da paso a una mirada de infinita tristeza.

Dorfman significa "hombre de pueblo" y su primer nombre es Vladímir, en memoria de Lenin; "mi padre era bolchevique", dice. Escribió Purgatorio con su personal sistema. Una primera versión muy larga que tras leer con actores, limpia y reduce. La obra, estrenada en inglés en 2007, es la destrucción de dos egos que están enfrentados. "En el proceso con los actores vamos rompiendo esos egos". Dorfman pasó por Madrid para oír a los actores en Purgatorio. Ariadna Gil, que no le conocía, dice estar cautivada: "Es un tipo de una gran originalidad y generosidad, especial, observador, alegre…". Purgatorio nace en España, en Cadaqués: "Me retiré allí unos meses, me di cuenta de que tenía miedo al vacío, al silencio, generaba permanentemente vitalidad, me hacía falta serenidad; si se le da permiso al silencio, el silencio habla; el último día soñé con un hombre y una mujer en una habitación y me dije ‘aquí hay una obra’, el Mediterráneo me la trajo", afirma.

 

Rosana Torres / El País / Fragmento / 14.03.09

Purgatorio / Ariel Dorfman / Teatro Español de Madrid