BLADE RUNNER : LÁGRIMAS EN LA LLUVIA

 

Las razones por las que tantas personas han hecho de éste un filme de culto tienen mucho que ver con el hechizo de un diseño futurista tan complejo como coherente, donde el punto de vista de la cámara no es la agresión de lo extraño sino la exaltación de su belleza -engañosa, por cierto-. El espectador asiste arrobado al espectáculo de maravillas que le depara un futuro próximo, como vistas aéreas de un paisaje urbano infinito y resplandeciente, vehículos que se elevan por encima de los rascacielos, inmensas chimeneas llameantes y otras construcciones faraónicas.

En la apertura del filme, todo este paisaje fantástico se refleja y es devorado por la gélida superficie azul de un ojo gigantesco, indiferente (sospechamos) a tal magnificencia. La imagen expresa de manera perfecta la paradoja de una historia que no tarda en descorrer los velos sobre una realidad diametralmente opuesta, forjada precisamente por la complacencia del género humano ante la propia voracidad. En esta realidad disfrazada de esplendor el hombre se ha contentado con que la naturaleza haya sido arrasada y las personas vivan entre los desperdicios de una cultura rapaz, en el seno  de una sociedad éticamente abominable. Belleza y decadencia son una sola cosa en Blade Runner, y esta combinación extrañamente nos seduce, involucrándonos directamente en el mensaje del filme.

Pero yendo más allá de esto, el planteo argumental de la perenne realización de Ridley Scott es lo suficientemente serio, profundo y abarcador como para ejercer en los espectadores un efecto movilizador a través de la exposición de temas tan universales como son la identidad, el propósito del existir y lo que percibimos como realidad, tan vigentes en el año 2019 en que se sitúa la acción de la cinta, como en nuestro propio tiempo.

Las escenas de amor en el filme están profusamente trabajadas en el campo de la psicología y las relaciones interpersonales, describiendo una seducción primero circunstancial que luego se vuelve violenta y posesiva, destinada tanto al placer como a reafirmar la "realidad" de Rachael. Se trata de una extensa secuencia que se inicia cuando la replicante acompaña a Deckard a su departamento, luego de salvarlo del ataque de León.

Después de tomar una copa, Deckard se descubre el torso y se lava las heridas mientras Rachael lo observa con ese extraño fulgor en los ojos, propio de los androides. Ella quiere saber si la perseguiría si escapara hacia el norte, y él sólo le promete que no lo haría personalmente, pero otro sí. Deckard se duerme antes de contestar su pregunta acerca de cuál es su fecha de origen, y entonces Rachael se dedica a contemplar la colección de fotografías familiares que hay en el departamento, e interpreta unos melancólicos acordes en el piano; acto seguido, transforma su apariencia soltando su vaporosa mata de cabellos castaños. Este gesto tan simple y tan íntimo está cargado de significado, además de estar bellamente resuelto en una sucesión de planos del magnífico rostro de Sean Young.

 

José Leal ‘Memorias de lo verde’ /  25 aniversari de ‘Blade Runner’ / Ridley Scott, 1982