Hora de la Comida. Solventemente preparada para una vida y existencialmente atormentada por la otra, entro en el mundo laboral por una puerta muy ancha. Mi primer amante de habla hispana huye despavorido del Simca Mil cuando le digo, con la más pícara de mis sonrisas, que no me había puesto calzoncillos. En ese coche aprendí que los calcetines no eran los calzoncillos. En la facultad no. Trabajo de alta ejecutiva para distintas empresas multinacionales. Viajo por el mundo, por ese al que se llega con billetes de avión. Saco visas para ese territorio que no tiene espacio ni límite; yo. Leo a Sócrates y me adscribo a la escuela del poeta beocio Píndaro; “Llega a ser quien eres”. Me empieza a envenenar la metafísica, empiezo a conocer con la yema de los dedos, continuo ingresando mucho papel. Lo rompo. Me pregunto a voces. 15 horas 53 minutos. Existió un motivo fundamental para ejercer la prostitución: conocerme. Existió un motivo fundamental para hacerlo público: que podía existir ese motivo para ejercerla. Me recoso. 17 horas 3 minutos. Conozco a mi heterónimo: Valérie Tasso. Ella preserva a mi familia de origen. Empiezo a escribir. Uno sólo se escribe a si mismo. Mis habilidades de puta se vuelven funcionales, mis dudas sobre la condición humana agujerean mis tímpanos. No me faltan pardillos varios de pelaje multiforme y neurosis manejables que me sostienen en lo crematístico. Pardillos que caen. Pardillos que exigen. No me falta un mecenas. No me falta amor por él. Construyo libros. Sobre la condición humana. Me llaman “junta palabras” en un programa de televisión. Sonrío y le alargo un pañuelo. Mientras, me proyecto internacionalmente. Mi trabajo visita el mundo, con visas y billetes de avión. Me escribo.
Valérie Tasso